De acuerdo con un estudio publicado en febrero de 2024 por el Instituto Internacional de Prensa (IPI, por sus siglas en inglés), nuestra región - que es la más peligrosa del mundo para defensores ambientales en general - está caracterizada por los estrechos vínculos entre el crimen organizado y actividades perniciosas para el ambiente, como la deforestación y la minería ilegal.
El estudio, que recogió entrevistas a profundidad con periodistas latinoamericanos, destacó no solo las situaciones más extremas, como el asesinato de periodistas cubriendo crímenes en la Amazonía, sino también los peligros y escollos más crónicos relacionados a la labor.
Que te nieguen información pública, acoso judicial y el doxxing en línea, el riesgo de perder el trabajo debido a los vínculos de dueños de medios con industrias contaminantes, impunidad ante la violencia física y digital, y la mala paga son algunos de los ejemplos que llevan a periodistas a decidir abandonar historias o autocensurarse.
Mientras que frases hechas hablan del periodismo como un servicio público o una labor casi heroica, la realidad es que, desde ser apuntado con un fusil a recibir el hostigamiento directo de congresistas por tu trabajo, son situaciones muchas veces normalizadas que, sumando a las condiciones laborales en las redacciones, limitan la posibilidad de llevar historias de problemas y de posibles soluciones a nuestras audiencias.
Entre las principales recomendaciones del estudio se enumeran la creación de protocolos en las redacciones para actuar ante situaciones de riesgo digital o físico, un mayor compromiso público por parte de gobiernos para reducir la opacidad y dificultades en el acceso a información como forma de “castigo” al periodismo crítico, y el aumento del financiamiento que garantice salarios y prestaciones a colegas.
La falta de garantías para realizar periodismo sobre el ambiente y el clima aumenta las zonas de silencio en una década crítica donde nuestro trabajo tiene mucho que aportar.
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