Con una valoración de $95B, que ha triplicado desde 2020, Stripe es la compañía privada estadounidense respaldada por VCs con mayor valoración y la tercera a nivel global tras Ant Group y Byte Dance (Tik Tok). Y la semana pasada John Collison, el cofundador de Stripe, confirmaba que están muy cómodos siendo una empresa privada y no están pensando salir a bolsa a corto plazo.
Sea así o no, lo cierto es que es hay un boom en la industria. En lo que va de año, hemos visto +1,600 salidas a bolsa a nivel global, un volumen un 87% mayor respecto del año pasado. Sin embargo, a pesar de la tendencia, no es de extrañar que Stripe no lo tenga en sus planes inmediatos, el proceso y consecuencias de salir a bolsa son algo, como mínimo, para planteárselo. Además de las advertencias históricas de las salidas de algunas grandes compañías, como es el caso de Deliveroo, el de Didi o el primer intento de WeWork... Lo cierto es que es una vía de liquidez para accionistas bastante lógica, pero no siempre es lo mejor para la compañía. ¿Por qué?
Es un proceso caro y que requiere mucho tiempo. En un IPO tradicional, el proceso implica desde una comisión a bancos de inversión de entre un 3.5%-7% de la valoración, a una larga lista de costes legales -de entre $1M-$2M-, regulatorios, etc. El tiempo medio desde que se inician conversaciones con inversores es aproximadamente de 18 meses. Precisamente por esto, existen diferentes procesos algo más ágiles de salida a bolsa, como el Direct Listing o SPAC. Esta última tendencia viene pisando muy fuerte: mientras que el número de IPO convencionales ha decrecido linealmente año a año desde un 90% de las operaciones en 2016 hasta un 38% en 2021, el número de SPACs ha seguido su camino de escalada hasta un 62%.
Pero no acaba ahí. A nivel regulatorio es una locura, y la cantidad de procesos internos, gobierno corporativo y reporting que hay que implantar cambia totalmente la dinámica de la empresa. Se pierde agilidad y se gana complejidad. Además, cualquier acción de la compañía impacta directamente en el precio de la acción y el equipo se vuelve esclavo de este valor. Para tomar decisiones se debe alinear a los accionistas. Y cuando tu acción empieza a caer en picado, toca rendir cuentas con los inversores.
En cualquier caso, también hay un lado muy positivo que no hay que olvidar: ampliaciones de capital, liquidez para inversores y empleados, reputación que facilita la venta o atracción de talento.
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