“Es como si hubiera caído una bomba nuclear que nos destruyó a todos. Murieron tantos vecinos… nosotros estamos vivos, pero no tenemos nada. Nada”. Esas fueron las palabras de Lucy Castañeda, una de las tantas víctimas de los incendios que han dejado 131 fallecidos, miles de viviendas destruidas y ecosistemas devastados en la Región de Valparaíso, en Chile.
Aunque se dio por superada la emergencia, el gran incendio de Valparaíso pasó a la historia como el segundo más letal del mundo en el siglo XXI, y ha sido calificado como la mayor catástrofe del país desde el terremoto de 2010.
Sin embargo, Chile no ha sido el único país de Sudamérica que ha sufrido los embates del fuego. A fines de enero, los incendios forestales en Colombia hicieron que el gobierno declarara desastre nacional; mientras las llamas consumen la Patagonia argentina. Estos tres países, además de otros como Perú, han experimentado recientemente olas de calor, en parte por la influencia del fenómeno de El Niño.
La receta para el desastre
El 99,7% de los incendios en Chile son provocados por la acción humana intencional o accidental. Similar es en Colombia y Argentina, donde el 95% son causados por las personas.
El meollo del asunto está en que el aumento en la intensidad y ocurrencia de los siniestros se ve favorecido por la crisis climática y ecológica. La prolongación y extensión de las sequías, así como el incremento de temperaturas y olas de calor (que convierte a la vegetación en material combustible), son algunos de los factores que influyen.
De hecho, un informe estima que el cambio climático ha contribuido en un 20% del área total quemada entre 1985 y 2016 en el centro-sur de Chile. Y científicos del Conicet proyectan que los incendios podrían duplicarse o triplicarse en los próximos años en Argentina.
Se suman los modelos de desarrollo y la inapropiada (o inexistente) planificación territorial, de la mano de cambios en el uso de suelo por la urbanización, agricultura y/o plantaciones forestales exóticas. Y, por si fuera poco, el escenario se ha visto exacerbado por el fenómeno de El Niño.
Esto ha derivado en una recurrencia de megaincendios, que se diferencian de los incendios históricos por la dificultad técnica para su control, la gran cantidad de recursos económicos para enfrentarlos, la peligrosidad de su combate, la gran destrucción de infraestructura (sobre todo en la interfaz urbano-rural), y el riesgo de la población.
Por eso es fundamental comunicar los incendios en su complejidad, apuntando a los responsables, la mayor disponibilidad de material combustible y un escenario donde la propagación es potenciada por un clima cambiante y un medioambiente degradado.
También es importante recordar que la vegetación en llamas libera a la atmósfera el carbono que alguna vez absorbió, generando emisiones que solo empeoran la situación.
Por último, es necesario poner el acento en lo que podemos hacer como sociedad, partiendo por políticas públicas para la prevención y control de incendios en el mediano y largo plazo; la conservación de ecosistemas nativos; y una mejor planificación territorial. Tal como lo hizo una comunidad en la siniestrada Región de Valparaíso, que gracias a una iniciativa logró salvar 70 casas del fuego.
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