Hace unas semanas el mar me regaló una de las experiencias más maravillosas. Pude ver, por primera vez, al pez más grande del planeta mientras se alimentaba en la costa del Pacífico colombiano. El tiburón ballena (Rhincodon typus) es un animal impresionante, bellísimo, carismático y enorme (medía casi nueve metros de largo) del que aún conocemos muy poco, pero que está desapareciendo silenciosamente.
El encuentro también fue un bocado de realidad difícil de tragar. Una buena analogía para explicar lo que pasa con los océanos, esa masa enorme de agua que cubre más del 70% de nuestro planeta, pero que sigue en gran medida inexplorada y que hoy, por acciones humanas, también se encuentra gravemente amenazada. ¿Qué tanto estamos perdiendo sin siquiera darnos cuenta? ¿Cómo será todo eso que aún no conocemos? ¿Qué tanto estamos poniendo en riesgo antes de tomar acciones urgentes y necesarias?
Cada 8 de junio se ¿celebra? el Día Mundial de los Océanos. Una fecha que busca recordarnos su papel clave en nuestra vida: producen al menos el 50 % del oxígeno que respiramos, albergan la mayor parte de la biodiversidad de la Tierra; son fuente de alimentos, turismo, energía, esparcimiento y trabajo para millones de personas; capturan enormes cantidades de carbono, absorben cerca del 90 % del exceso de calor que generan esas emisiones y ayudan a regular el clima global. Toda una serie de servicios ecosistémicos que, como han advertido ampliamente las y los científicos, hemos puesto en riesgo.
Hoy nuestros océanos arden en fiebre. El costo de absorber grandes cantidades de calor y de emisiones de carbono (que, de no ser por ellos, terminarían calentando la atmósfera a niveles difíciles de imaginar) ha sido muy alto. Desde finales de marzo de 2023, hemos alcanzado diariamente nuevos récords lamentables de las temperaturas más altas registradas en la superficie del océano para esa fecha. Lo que también tiene en aprietos a nuestros arrecifes. Estamos atravesando el cuarto blanqueamiento masivo de corales y, probablemente, el más extenso (ya se reporta en 62 territorios). Si estas temperaturas continúan, todos los arrecifes de coral del mundo (de donde vienen buena parte de nuestros alimentos) podrían blanquearse para final de siglo.
Pero no es solo eso. Nuestros océanos se están acidificando, quedando sin oxígeno, volviendo más verdes. El aumento del nivel del mar se ha duplicado en solo tres décadas, las corrientes oceánicas se están debilitando. En muchos casos, evidenció una investigación hace poco, los océanos se están enfrentando a una “triple amenaza” al tiempo: el calentamiento extremo, la pérdida de oxígeno y la acidificación, cada vez más extremos, intensos y largos, que ponen un enorme estrés sobre la vida marina.
Pese a esto, siguen siendo relegados en las negociaciones climáticas y de biodiversidad. Como aseguró Vidar Helgesen, secretario ejecutivo de la Comisión Oceánica Intergubernamental de la UNESCO, en el lanzamiento del informe 2024 sobre el estado de los océanos en el mundo: “La crisis oceánica se está desarrollando más rápidamente que nuestro conocimiento sobre ella”. ¿Qué tanto estamos haciendo desde nuestras redacciones, cubrimientos y narraciones para hacerle frente?
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