Desde tiempos pretéritos, el fuego ha formado parte importante de distintos ecosistemas del mundo, desempeñando un papel clave en sus dinámicas y en las especies que han evolucionado en respuesta a las llamas. Los rayos, las erupciones volcánicas y el calor del sol son algunas de las causas de incendios que son naturales en zonas como California. De acuerdo con distintas investigaciones, los incendios pueden, incluso, constituir en algunos lugares un “servicio ecosistémico”, que ha sido intervenido de distintas maneras por el ser humano, pero como discuten otros autores, es preferible hablar de “fuego” como proceso ecológico en vez de “incendios” para evitar malinterpretaciones sobre sus orígenes e impactos.
Si miramos al pasado, los antiguos homínidos estuvieron expuestos al fuego desde que se trasladaron a entornos abiertos de sabana hace más de 2 millones de años. Con el tiempo, los humanos aprendieron a controlar las llamas, integrándolas en su comportamiento y cambiando así su nicho ecológico. Por ello el uso y control del fuego se considera un paso clave en la evolución humana, lo que nos convirtió – hasta nuestros días - en una especie pirófila.
Sin embargo, es fácil pasar del control al descontrol, como bien lo atestiguan las víctimas de los devastadores incendios forestales que se han desatado, actualmente, en diversas regiones del mundo, desde la Sudamérica donde escribo (donde varios ecosistemas no están adaptados al fuego) hasta California, en Estados Unidos, que pasó de sus incendios naturales y de baja intensidad de antaño (algunos producidos por comunidades indígenas) a una destructiva “tormenta de fuego” que ha provocado la muerte de 28 personas, la destrucción de al menos 16.188 estructuras y la quema de 50.683 hectáreas, según los reportes de Cal Fire. En nuestro hemisferio, los incendios han causado la muerte de tres brigadistas en Chile, mientras en el Parque Nacional Nahuel Huapi en Argentina se han consumido más de 5.000 hectáreas. En general, entre las conductas de riesgo que generan incendios están las fogatas mal apagadas, prácticas como las quemas agrícolas, entre otros.
De esa forma, los siniestros tienen una ocurrencia e intensidad inusitada, en momentos y/o lugares indebidos, derivando en tragedias para las personas y el resto de la naturaleza.
Lo anterior nos recuerda que los incendios forestales son fenómenos complejos, donde pueden influir varios factores a la vez, como las características del territorio, la acción humana directa (intencional o accidental), la degradación ambiental, la mala planificación urbana y, por supuesto, el cambio climático (aunque, como lo vimos en otra edición de Click Climático, se requieren estudios de atribución). En el caso de California se barajan distintas hipótesis sobre el origen de las llamas, aunque no cabe duda de que los fuertes vientos, así como la topografía y sequedad del paisaje, contribuyeron a su alta intensidad y rápida propagación.
Lo cierto es que vivimos en un mundo cada vez más inflamable producto de la crisis climática y ecológica. Por lo mismo, se necesitan narrativas complejas sobre el fuego, así como una comunicación efectiva del riesgo, que contextualice e informe sobre las condiciones que aumentan la probabilidad de incendios, las medidas preventivas que la población debe adoptar, y la forma de proceder cuando ocurre el desastre. Esto siempre considerando las particularidades del ecosistema y territorio en cuestión, porque no es lo mismo un incendio en los Ángeles, en Valparaíso o en la Patagonia argentina.
El foco en la prevención es fundamental, partiendo por las políticas públicas que persiguen ese fin; la conservación de ecosistemas nativos; y una mejor planificación urbana y territorial. Las acciones individuales y comunitarias también son de gran relevancia, e incluyen no hacer fogatas en áreas no habilitadas; no arrojar colillas de cigarros y fósforos; la gestión adecuada de residuos y el establecimiento de cortafuegos. Además, si se observa un animal silvestre que escapa de las llamas, es clave dejarlo descansar y permitirle el paso, sin manipularlo, espantarlo o permitir que se le acerquen animales domésticos (perros o gatos). Y, si se encontrase herido o enfermo, la prioridad está en informar a las instituciones a cargo de la fauna silvestre para que puedan recoger, trasladar y/o tratar al ejemplar. De esa manera, podemos ayudar a la biodiversidad y a nosotros mismos.
Pero no hay acción posible sin una comprensión profunda de nuestra relación con el fuego. ¿Cuál ha sido su historia en nuestro ecosistema? ¿Qué uso le dan las comunidades? ¿Qué hay detrás de la intención o el accidente? ¿Será posible revertir el descontrol, para que el fuego vuelva – de cierta forma – a lo que era antes?
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