La acumulación de bienes y servicios es sinónimo de éxito, mientras el crecimiento basado en el PIB es visto como un reflejo de riqueza y progreso. Pero, para lograrlo, se requiere una demanda inconmensurable de materiales y energía de la Tierra. Como resultado, hemos sobrepasado varios límites planetarios, desencadenando problemas como la crisis climática y la pérdida de biodiversidad.
Por ello se han alzado propuestas como el decrecimiento, que busca la disminución regular, progresiva y equitativa de la producción económica, con el fin de instaurar una nueva economía sostenible que respete la naturaleza y mejore el bienestar de la sociedad.
Esta propuesta de nombre provocador enciende polémicas cada vez que sale a colación, como en el proceso constituyente en Chile, donde la declaración de convencionales a favor del decrecimiento motivó airadas columnas de opinión y reacciones en redes sociales. O cuando la ministra de Minas y Energía de Colombia, Irene Vélez, sostuvo que era necesario exigirles a otros países “que comiencen a decrecer en sus modelos económicos” para disminuir el impacto del cambio climático.
Aun así, el decrecimiento ha acaparado mayor atención en sectores de la ciudadanía y la academia, donde se ha cuestionado la idea de “crecimiento sostenible”.
Sin ir más lejos, un estudio advierte que la destrucción ambiental no se evita con los famosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y que estos sirven de “cortina de humo”, mientras otra investigación indica que los ODS priorizan el crecimiento económico en vez del uso sostenible de los ecosistemas. Además, eminentes organismos como el IPCC e IPBES han considerado en sus informes al decrecimiento como una posible alternativa.
Pero muchos se preguntan cómo es posible promoverlo en nuestra región que enfrenta un panorama económico y social muy complejo, como la pobreza y desigualdad. Por ello muchos sostienen que los países ricos (y los millonarios) deberían ser los primeros en decrecer ya que son, precisamente, los grandes emisores de gases de efecto invernadero y consumidores de bienes naturales.
Como proponen autores en un reciente artículo en Nature, estos países deberían abandonar el crecimiento del PIB como objetivo, reducir las formas de producción destructivas e innecesarias y centrarse en las necesidades y bienestar. Este enfoque, dicen, puede “permitir una rápida descarbonización y detener el colapso ecológico al tiempo que mejora los resultados sociales. Libera energía y materiales para los países de renta baja y media en los que el crecimiento puede seguir siendo necesario para el desarrollo”.
Recordemos que el crecimiento de las grandes economías se debe en buena medida a la histórica explotación de los ecosistemas de América Latina. Mientras, nuestra región no solo alberga a movimientos a favor del decrecimiento, sino que ha alzado propuestas – afines, de distintas maneras - como el buen vivir y el post-extractivismo.
¿Nos daría un respiro el decrecimiento del denominado Norte Global? ¿Cómo avanzar hacia economías que velen por las personas y los límites biofísicos de nuestro finito planeta?
El periodismo puede promover este necesario debate a través de la evidencia científica, los saberes y las propuestas desde América Latina para superar así los dogmas que nos han sumido en este cóctel de crisis.
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