Hola ,

te voy a contar una jugada magistral. 

Mi primo LM y JL eran pequeños, no sé, unos diez años. Los dos estaban en casa de LM y jugaban en una de las habitaciones. Mi tía, la madre de LM, estaba en la planta de abajo ocupándose de sus cosas.

LM y JL bajaron a toda prisa y se quedaron allí, con ella. Estaban serios, blanco-amarillentos, como si se hubieran fumado un porro y les hubiera dado un amarillo. La intuición de mi tía se disparó, una alarma mental empezó a martillear su cerebro:

—¿Qué ha pasado?

—Nada.—Contestaron con voz temblorosa.

Mi tía no se quedó tranquila, contestar así tiene el mismo efecto que cuando lloras y alguien te dice "no llores, estáte bien", es decir, efecto nulo.

Los agujeros de la nariz de mi tía detectaron algo, un olor raro. Muy pronto su cerebro le dio significado al olor: huele a quemado. Mi tía subió a toda prisa escaleras arriba—porque subir escaleras abajo es difícil—. 

Abrió una de las puertas que estaban cerradas y una llama de fuego se hacía dueña de la cama. Mi tía sabe coser y tenía encargos de trajes de flamenca que estaban en esa misma cama. Ella, manteniendo el nivel de calma óptimo para ser resolutiva fue al baño, cogió una toalla y empezó a golpear las llamas para acabar con ellas.

Mis primos subieron, pero no entraron en la habitación, se quedaron fuera. Cuando mi tía consiguió apagar el fuego, salió a mirarles la cara.

—¿Qué ha pasado?

—Nosotros no sabemos nada.

Mi tía, frente a la mentira, entró en cólera. Llamó a la madre de JL, su hermana.

—Los niños han metido fuego. 

Mi tía se quedó sentada en el sofá con un soplo catatónico en la cabeza, algo raro, como si su espíritu se hubiera ido de vacaciones. Yo creo que era el estrés postraumático. La madre de JL se presentó allí en menos de diez minutos.

Las dos juntas subieron a la habitación de los hechos, les faltaba poner la cinta amarilla de la policía. Investigaron el suceso. Encontraron una vela debajo de la cama y un tapón de un bote de gel.

Mis primos habían metido fuego y luego, asustados, habían ido al baño a por un tapón de un bote de gel cualquiera. Se habían dedicado a llenar el taponcito con agua, y acudían al fuego para apagarlo. Al ver que su solución no daba resultado, cerraron la puerta y a otra cosa mariposa.

Update del caso: a día de hoy siguen sin reconocer los hechos.


¿Y qué aprendí con esto?

Es posible que cuando quieras resolver algo de tu vida no te salga a la primera, y te sientas como si apagaras una llamarada con un tapón de bote de gel. Verás que te esfuerzas por conseguirlo, que pones todo tu empeño en que algo funcione, en que esa sea la solución, en llegar a tu objetivo. Y aún así, no lo consigues. Verás que tu esfuerzo, aunque sea suficiente, no te estará dando lo que tú quieres.

Posiblemente tu cuerpo se llene de frustración, malestar emocional y debilidad. Y, con un poco de drama y cansancio mental, dirás que pasas, que ya no puedes más, que no lo intentarás más.

Pero, , ahí está la magia. En intentarlo. En intentarlo de otra manera, en equivocarte más veces, en aprender del camino. Toma un descanso, siéntate, dedícate tiempo para reconstruirte, y luego, sigue. Sigue por ti.

Que no hayas encontrado la manera de hacer algo nunca significará que no sea posible que lo hagas. Tú sigue.

Sé que es una manera muy romántica de verlo. Soy consciente de que hay veces que es mejor parar, pero es que eso también te lo dirá el cuerpo. Confía en ti como confiarías en tu mejor amiga.

La vida está para fracasar muchas veces, y acertar unas cuantas que te llenen tanto el corazón que los fracasos merezcan la pena.

Y, por supuesto, muchas cosas deben fracasar para que otras puedan ocurrir. 

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Chao pescao'.



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