Hola ,

anoche dormí en casa de mis padres. Mi madre estaba en un sofá y yo en otro.

—Mamá, ¿qué hora es?
—Las once y media.
—¡Quilla que en media hora cumplo treinta años!
—Sí, aunque tú naciste a la una.
—Mamá, treinta años. Ahora se viene una crisis de edad o algo, OTRA crisis.
—Pues te aguantas.

La importancia de relativizar, desde el sofá. Sin mucho esfuerzo. Estuvimos recordando anécdotas y riéndonos hasta que nos empezó a entrar el sueño.

Una noche, mi hermano llegó a casa con alguna copita encima. Era de madrugada, ponte que serían las cinco. Abrió la puerta de casa de mis padres y pensó que acostarse con el estómago vacío iba a ser una mala opción.

Fue a la cocina y pensó «voy a cortar jamón». Podía haber elegido una fruta, un yogur, algo de la nevera, algo que hubiera en algún taper, cualquier otra cosa que no supusiera cortar jamón. Pero, ¿qué tendría la vida de interesante si no hiciéramos lo que el corazón nos dicta pese a lo que suponga, ?

Mi hermano cogió el cuchillo del jamón y puso sus cinco sentidos en la tarea. El problema de los sentidos a las cinco de la mañana, después de unas copas, es que no dan ni para sobrevivir. Son como cuando eres pequeña y te regalan una muñeca de plástico malo y a la mínima caída, la levantas, y tiene la frente metida pa'dentro. ¿Sabes cómo te digo? Yo muchas veces me levanto así, con la cabeza hundida. No sé ve físicamente, pero yo lo siento en mi interior.

Mi hermano no cortó ni una loncha, pero se rebanó el dedo gordo de la mano izquierda. Un error de cálculo. Empezó a sangrar como si aquello fuera una película de Quentin Tarantino. Llenó el jamón de sangre, la encimera, el suelo, su ropa. 

—¡Rápido! ¡Torniquete! ¡Como en las películas! ¡Vamos a salvar al soldado Ryan!—Dijo su instinto, digo yo, no sé.

Cogió el trapo usado que había en la encimera, porque ¿por qué no iba a coger un trapo sucio? ¿Qué sentido tendría coger un trapo nuevo si hay algo que pueda infectarte? 

Se amarró el trapo al dedo, pero el trapo, rápidamente, comenzó a colorearse de un rojo intenso. Se fue hacia la puerta de la calle, la abrió, se quedó en la puerta mirando la calle. Volvió a entrar, se sentó. Volvió a levantarse y salió. Volvió a entrar a la casa. 

Digamos que hizo un dibujo a lo grande, en plan Art Attack, pero con sangre. Aquello era un macrobotellón para vampiros.

Mi madre, que tiene un oído supersónico y sabe, perfectamente, que mi hermano y yo seguimos vivos por orden divino y no porque nosotros rememos a favor, se quedó despierta mirando al techo para poder interpretar los ruidos que mi hermano hacía en la planta de abajo. Le dio una palmadita a mi padre, lo despertó y le dijo:

—Tu hijo está haciendo cosas raras. Ve tú, a ver qué pasa.

Y mi padre se levantó como Lázaro y andó por mandato de la matriarca. Mi padre cuando se levanta para ver qué pasa conmigo o con mi hermano se siente como en un programa de televisión donde eliges una puerta y el presentador te dice «¿Estás seguro de que quieres esta puerta y no otra? Te puede tocar un millón o una buena mierda». Y mi padre se queda con la puerta que ha elegido y, al final, le toca la mierda.

—¿Qué ha pasado?—Preguntó mi padre alarmado al ver la sangre y ver a mi hermano sentado en una silla con el color pálido de una medusa albina.

—Tenía hambre y yo que sé—Mi hermano y yo usamos el yo que sé como dato para decir que hay mucho que contar y poca gana de hacerlo. El yo que sé puede ir desde: me he encontrado un céntimo en el suelo a un, de repente me desperté y estaba en otro país con dos amigos y no sabíamos cómo volver y había una cabra en el cuarto.

Mi padre montó a mi hermano en el coche y lo llevó al hospital. Le limpiaron la herida y le pusieron puntos para cerrar la herida. Volvió a casa sano y salvo.

Pero, al final, no comió nada.

¿Y qué aprendí con esto?

No sé si te pasa, pero creo que a veces, no detectamos el peligro a tiempo y normalizamos estar mal. Como si no fuera para tanto. Y más que el físico, me refiero al emocional. Pensamos que si no lo contamos, no existe, es menos real. 

El problema de esto es que empiezas a tragar y se crea un tapón de mierda emocional que lo flipas. Diógenes por dentro. , la basura hay que sacarla. Lo que sea pa'reciclar se recicla, lo que no hay que llevarlo a donde sea, como sea, con quien sea porque, al final, da olor.

Sacar todo eso va a dolerte, pero es la única manera de poner punto a la herida y seguir. Porque no es para siempre, al final cierra y cicatriza. Te acordarás de que está ahí, quizá será el tatuaje que te recordará que «ya no más».

Mi hermano tenía un corte muy grande, pero se bloqueó. Sabía lo que tenía que hacer, pero no lo hacía. Le costaba dar el paso y se sentó. Sabía que el problema no iba a solucionarse solo, pero se sentó. Porque también es válido necesitar tiempo o ayuda. 

A veces, nos pasa un poco eso. Estamos dentro de una situación que no nos gusta y que incluso llegamos a normalizar, como si te acostumbraras. Y piensas «oye, tampoco es tan malo, me compensa seguir así». Te compensa porque no te atreves a más. Es normal, nuestro cerebro está hecho para protegernos ante la incertidumbre. Pero todo eso es mentira, al final te vas apagando, y cuando se te funde la bombilla ya no tienes más opción que hacer algo. Y lo que pensabas que no te molestaba, te ha creado úlceras mentales. 

El caso es que ahí te das cuenta de que te quieres un montón, de que no te estabas respetando y de que tienes el suficiente coraje para levantarte de la silla y decir «voy a poner puntos de sutura».

Y te coserás.

PD: en este libro te cuento más. Vas haciendo clic.

Chao pescao'.



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