Te recuerdo que no hay hombres perfectos ni mujeres perfectas, por ende tampoco matrimonios perfectos.
Se debe luchar por mantenerlo y vivir en este estado, ya que contamos con la ayuda Dios y esto propicia que se den los pasos correctos para cambiar esta mala percepción.
Tú, que eres creyente, toma la decisión de permanecer, no esperes a «sentir», Dios quiere que se mantenga el modelo original, el «santo matrimonio».
Ora a Dios y pide por tu cónyuge, y por ti, para no abandonar y romper la unión que ya tienen.
La Biblia establece:
- Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer. [...] Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos. (1 Cor. 7:10-11, 14 RVR1960)
El matrimonio no es una situación que se pueda dejar a la «buena suerte» o siguiendo por sí solo a través del tiempo. La unión matrimonial no se debe disolver porque haya problemas, o porque mi cónyuge no comparta mi fe en Cristo, o en las Escrituras.
Si tú eres creyente y tu cónyuge no lo es, esto no significa que tengas derecho a romper la unión. Solo se podría si hubiera razones valederas para hacerlo, como las inmoralidades sexuales (Mt. 19:9), pero aun así, seguiría disponible el perdón obrado por Dios en nuestras vidas, para comenzar otra vez sin romper el lazo matrimonial.
|