¡Hola! Bienvenida o bienvenido a esta décima (¿ya?) entrega de Uveúno. Soy Ernesto Jiménez y cada dos semanas mando esta newsletter en la que viajamos juntos por el mundo de la creación de contenidos digitales, la innovación y la creatividad. Hoy miramos al pasado.
Era finales de los noventa y vivimos la llegada con una ilusión especial. Internet abría una ventana que ofrecía vistas a un mundo fascinante por explorar. Inabarcable. Los primeros sitios web que visitábamos nos daban algunas respuestas y, sobre todo, muchas preguntas. Fuimos legión quienes, impulsados por una curiosidad sin límites, quisimos aprender a construir nuestros propios sitios personales. Un artículo de Simon Collison me hizo recordar la inocencia y autenticidad de aquella época, la v1 de internet.
This used to be our playground (Colly.com, 2020)
Tener tu propio espacio personal en la red era emocionante. Era un medio de expresión, una forma de dejar una marca.
Aprendimos a escribir, diseñar, escribir, nos peleábamos con el HTML y el CSS. Y, sobre todo, jugábamos y nos divertíamos en la exploración, exterior, del medio e interior de nosotros mismos.
Asomarte al sitio personal de cualquiera era llevarte un pedacito de esa persona: sus inquietudes, su forma de entender el mundo. Esos diarios más o menos íntimos que hoy nos provocarían vergüenza y compasión a partes iguales eran nuestra forma de reconocernos y conocernos en un contexto nuevo. Pero también eran nuestro escaparate al mundo. Nuestra forma de decir esto soy, esto hago.
Cada sitio era diferente, una sorpresa. Un amateurismo que nos ofrecía una autenticidad real que hoy está tristemente en horas bajas enterrada bajo tanta plantilla y contenido orientado al SEO, al fucking funnel y a la venta de nosotros mismos.
Aquellos sitios personales eran una excusa para la creatividad y la exploración. Ir, aprender, volver y contarlo. Fusionábamos sin complejos diseño y storytelling, como debe ser, para contar nuestra historia, para documentar nuestro trabajo. El proceso como fin en sí mismo más allá del portfolio exquisito de piezas finales, sin un borrón, sin una v1. Es un canto al amor de lo amateur pero también una reivindicación militante de la documentación de uno mismo, una forma de conocerse y reflejar el camino. Autenticidad.