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Hoy echamos una de vaqueros. En Technicolor. Como si fuera la sobremesa de un sábado.

Resulta que Richard Matheson escribió a mediados de los noventa un western con todas las de la ley, un libro con una estrella dorada en la pechera del chaleco.

“Cuando la leyenda se convierte en hecho, imprime la leyenda”, decía el editor del periódico al final de El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford, la película crepuscular que puso fin a la época clásica del género: el héroe por accidente, la caída de los mitos, la sustitución de la ley del revólver por la ley escrita.

Matheson escribió esta novela a mediados de los noventa y está empapada de esa melancolía, pero a la vez consigue hacer estallar de manera vibrante en nuestra retina todo aquello que tenemos asociado al Oeste: los diálogos lacónicos, el polvo posado sobre cosas y personas, los personajes icónicos, el caciquismo, los caballos desenfrenados.

Los pueblos de una sola calle construidos para encontrar fácilmente la diversión y la muerte.

El protagonista es Clay Halser, un trasunto del histórico Wild Bill Hickok: veterano de la Guerra de Secesión, pistolero, agente de la ley, jugador.

Un periodista llamado Frank Leslie es testigo de su muerte: un jovencito engreído con ganas de pasar a la historia le mata a sangre fría en un hotel cuando el mítico pistolero ha perdido todas sus facultades y parece un anciano, aunque solo tiene unos treinta años.

Leslie encuentra sus diarios y se propone contar la verdad por encima de la leyenda: “Atrapado por la violenta ola del periodo en el que vivía, poco podía hacer aparte de ‘mantener la cabeza alta’ y nadar cortas distancias en varias direcciones mientras la ola lo llevaba a su cita con el destino”.

Y eso es el libro, los diarios y las acotaciones de Leslie. Una historia sobre la violencia engendrando más violencia.

Al principio choca que en unos diarios íntimos alguien escriba diálogos y cosas así, pero a las diez páginas dices: venga, Matheson, si me convenciste de que un hombre diminuto puede luchar con una alfiler contra una araña –El increíble hombre menguante– y de aquella epidemia que dejaba supervivientes, infectados y vampiros –Soy leyenda–, cómo no me voy a zambullir en esto.

Un libro épico sobre, también, la muerte de la épica.

Un amigo muy lector nos dijo el otro día: está la cosa que solo me apetecen novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Esta te va a durar más –un poco más, porque la devoras– y te lo pasas igual de bien.

Se titula Diario de los años de plomo y la tenemos aquí, junto al pianista.

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