Hola ,

cuando era pequeña, supongo que tendría unos cinco años, fui a un parque donde había animales sueltos. Con animales me refiero a patos, gallinas, pavos reales y cabras. 

Una mezcla peculiar.

Paseaba por el parque tranquilamente con la única preocupación de comerme y degustar el manjar que llevaba en mis propias manos: gusanitos.

Arrastraba los pies hacia adelante, no los arrastraba triste, los arrastraba empoderada y feliz. Como echando tierra hacia adelante con cada paso. Como si eso fuera a dejar mi huella en el camino, dejar marcado ese paseo.

De vez en cuando, señalaba a algún pato que veía en la lejanía. Cada paso lo iba acompañando de una metida de mano en el paquete, levantaba un par de gusanitos y me los metía en la boca. Uno me parecía muy poco, dos te da el sabor justo, tres es solo si tienes prisa. Estaba calmada, dos gusanitos era la cantidad perfecta.

De repente, escuché un sonido poco familiar que me alteró. Cada vez sonaba más fuerte y me giré para calmar mi curiosidad.

Vi como un rebaño de unas veinte cabras se acercaban corriendo hasta el lugar que yo pensaba que era seguro para mi. El pavor encendió mis pequeños pies y empecé a correr. Aquello, de repente, se había convertido en Jumanji. Era evidente que mis cortas piernas no iban a salvarme la vida, las cabras casi podían rozarme el culo—en la vida, da igual cuanto de evidente sean ciertas cosas que seguimos intentándolo—.

Lloraba y gritaba sin decir nada coherente. Alzaba mi paquete de gusanitos por encima de mi cabeza, como si las cabras no tuvieran más altura que yo. 

Venían a por mi manjar. Lo querían tanto o más que yo. Me negaba a soltarlo, era mío, lo quería. ¿Lo quería? Estaba sufriendo, necesitaba llegar a un banco lo suficientemente alto como para escalar y que las cabras no llegaran. 

Me aferré a los gusanitos tanto como pude, todo el tiempo que estuvo en mi mano, hice lo imposible por mantenerlos conmigo, pero al final, tuve que soltarlos.

Al tirar los gusanitos al suelo las cabras se detuvieron en seco, yo no les interesaba en absoluto. No querían mi carne.

Aproveché ese momento de ventaja para correr más fuerte, sin mirar atrás, y llegar a un banco. Allí, a salvo, miré a la cabras y me quedé mirando como se comían mi paquete de gusanitos. Cuando acabaron con él, pasaron de mi existencia y siguieron su camino. 

Tenía cinco años, ¿cómo es posible que me acuerde de esta historia? Es posible que se me quedara grabada porque fue la primera vez que tuve que luchar por mi misma. 

También puede que tenga que ver que el familiar que me acompañaba lo grabó todo con una cámara de vídeo antigua. El momento está recogido en una cinta de VHS y la cinta está en el salón de la casa de mis padres. 


¿Y qué aprendí con esto?

Muchas veces pensamos que podemos con todo y ¡sorpresa! No es así, aunque lo pensemos de verdad, .

Vamos llenando una mochila invisible con momentos que nos han hecho daño, palabras que nos han herido, personas que nos han hecho sentir inseguras, de miedos y de dudas. Y nos acostumbramos a vivir con la mochila. Nos acostumbramos a tal nivel que somos incapaces de desprendernos de ella. Forma parte de nosotros y cambiar algo nos aterra. 

Pero cada vez nos resultan más pesados esos momentos, esas palabras, esas personas y esos miedos. De repente, te encuentras mal. Te duele la cabeza, se te contractura el cuello, te duele la tripa o te pasas el día con cansancio y sueño.

Tienes que soltar la mochila como yo tuve que soltar el paquete de gusanitos. Da igual que quieras mucho una cosa o a una persona, si te está haciendo daño, ahí no es. Si te hace tener dudas de ti misma, ahí no es. Si lo piensas y te da inseguridad, ahí no es. Si lo piensas por las noches y no duermes bien, ahí no es.

Tienes que hacer algo por ti, . Y tienes que empezar ya, aunque el paso sea imperceptible, diminuto, casi inexistente. Tienes que empezar. Eso ya será un logro. 

Si haces cosas para hacer sentir bien al resto, ¿por qué no haces cosas para sentirte bien tú? Vas a vivir una vida, solo una, ¿no es mejor hacer todo lo posible para curar lo que te duele? 

A veces, soltar la mochila invisible que llevamos a la espalda pasa por aceptar que la situación nos desborda y que necesitamos ayuda. Otras, pasa por aceptar que alguien no va a cambiar y que entonces tú tienes que seguir otro camino para sentirte mejor y no ponerte algo que te aprieta y no es de tu talla. 



Chao pescao'.



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