Esta semana he hablado por teléfono con un líder indígena de la etnia Turiuara de Pará, la provincia brasileña que más deforestó el bosque amazónico. Él me dijo que la guerra entre indígenas y otras comunidades tribales contra las empresas de monocultivos en el bosque es diaria y con pólvora, ya que el armamento es autorizado por el actual presidente de la República, Jair Bolsonaro, al igual que la actual destrucción ambiental. Según el turiuara, Edvaldo de Souza, Pará es dónde se muere por defender la naturaleza y, los que quedan vivos, están amenazados de muerte.
El último domingo fue la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil, después de casi 4 años con Bolsonaro en el poder. El presidente de extrema derecha que odia a los indígenas y afirma que Brasil es un ejemplo mundial de preservación (a pesar de los aumentos exponenciales de la deforestación), intenta la reelección en esta ocasión. Tuvo 43,2% de los votos contra el 48,4% de Lula que, al contrario del primero, prometió disminuir la deforestación y el desmantelamiento de los órganos fiscalizadores ambientales, así como la creación de un Ministerio Indígena en Brasilia.
Como dicen centenares de demócratas brasileños, estas elecciones son la guerra entre la barbarie y la democracia. El 30 de octubre los brasileños volvemos a las urnas electrónicas para elegir a uno de los dos, que están próximos en el número de votos pero muy lejos en los ideales y las ganas de proteger el patrimonio máximo brasileño: su población originaria y su biodiversidad.
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