“Esto, en suma, no es un libro. Y si no es un libro, ¿qué es? No sé”. –María Negroni.
Esto sí es la carta semanal de esta tu librería y en esta librería no dejan de pasar cosas, como que venga la propia Negroni un miércoles por la tarde, se siente al lado de la poeta María Ángeles Pérez López y entre las dos transiten como de puntillas por los silencios y las fallas que se abren en El corazón del daño.
De puntillas pero con esos zapatos que se ponen los alpinistas para caminar sobre el hielo.
En esa novela de María Negroni leemos: “Escribir es susurrar lo que se ignora”. ¿Qué es leer, entonces?, nos preguntamos nosotros. ¿Qué tipo de respuesta se le ofrece a esa escritura susurrante? ¿Salimos de un libro sabiendo más o menos? No sabemos.
Como lectores apasionados de Mi libro madre, mi libro monstruo, de Kate Zambreno, hemos aterrizado con la ropa adecuada en El corazón del daño: la dolorosa ausencia-presencia de la madre, la inseparable relación entre vida y cultura, la creación de un lenguaje específico para nombrar esa mezcla de dolor, miedo y liberación. Un lenguaje que no puede ser sino añicos, restos de algo, un puzle que la escritora intenta recomponer, todo aristas y relámpagos.
Negroni es la autora de nuestro libro de la semana.
El columnismo se baila así
Esta tarde, a las siete y media, tenemos aquí a Enrique Ballester. Enrique escribe unas columnas en El Periódico que son puro Arte Termita: ha convertido al fútbol –ese Elefante Blanco– en el Mcguffin de un universo poblado de memes, rimas conceptuales y perplejidad ante la vida en general.
Un día le leímos decir en una entrevista en Panenka que el columnismo es una especie de maldición que te obliga a pensar en la bendita columna veinticuatro horas al día siete días a la semana. El que escribe esto (yo) escribía en ese momento una carta-columna (esta) diaria y pensó: ya te digo. Y, por alguna extraña razón, pensó (pensé) en el columnismo como una especie de flow en el que hay que permanecer, un baile permanente con las palabras y las ideas. Un Chiki-Chiki de la escritura. Y escribí esto:
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El columnismo mola mogollón, lo escriben en la China y también en Castellón.
Uno: el brikindans. Te ha salido redonda. Se te ocurrió un título bueno, un arranque con poderío y has puesto cosas que piensas, las has dicho de una manera original y precisa y, no sabes muy bien cómo, pero has llegado al final y la última frase rima con lo del principio y lo refuerza, pero sin forzar. La columna puro flow, la del movimiento armónico, la del hacer fácil lo que parecía difícil, a la que no le sobra ni le falta una coma, esa por la que, de alguna manera, sigues haciendo esto, como ese único cigarro que te sabe bien de los veinte que te fumas al día pero que es el que recuerdas cada vez que se te pasa por la cabeza dejarlo.
Dos: el crusaito. Un día de esos que llegas a la redacción y dices: déjame un cacho en opinión hoy. Te has pasado la semana modulando tu enfado por algo random (fechorías municipales, leyes raras, doscientos conductores que no conocen el significado de un paso de peatones) y escribiendo mentalmente la columna una y otra vez, atisbando límites legales, intuyendo heridas que se abren y sus consecuencias, sopesando a ver si es verdad que tienes razón. Estás cruzado y esta vez, como los Smash, has venido a golpear. (Advertencia: como este territorio lo han ocupado permanentemente los agitadores profesionales, se desaconseja salvo como desempeño irónico. Es algo que le puede pasar a cualquiera).
Tres: el maiquelyason. La opinión regre. La que camina hacia atrás mientras se lleva la mano al paquete, la que todo lo que signifique cualquier tipo de progreso, vanguardia estética o extensión de derechos le parece, naturalmente, mal. El opinador maiquelyason trasciende el género para proclamar la verdad, la naturaleza de las cosas tal y como quedó fijada, por ejemplo, en la Contrarreforma. Puede contener al menos dos tipos: el que es tan cerril que produce comedia involuntaria con cada pieza y el heredero de un ácido humor de derechas pero que sólo se ríe de los que no piensan como él, es decir, de los que piensan –y como diría Vargas Llosa, votan– mal. El opinador maiquelyason: el que te va a decir siempre que lo negro es blanco.
Cuatro: el robocop. “Ay, Robocop, Robocop, no me hagas sufrir, deja las armas y vente a este campo a vivir”. Todos sabemos que, por mucho que se lo pidan Los Ganglios en esa preciosa canción, Robocop no lo deja, Robocop cumple con su misión, Robocop siempre va a estar vigilante para que la más estricta ortodoxia se cumpla y luego se cumpla un poquito más. Robocoperas son las columnas que sostienen el sistema, sea cual sea: la opinión que hay que emitir, la que construye el cuadro mental en el que pastorear a la opinión pública. La columna como goteo útil. Nueve de cada diez columnistas recomiendan columnas Robocop para el correcto funcionamiento de las cosas en general y de las suyas en particular. La versión por escrito del policía de balcón. “Ay, Robocop, Robocop, mitad humano, recuerda que fuiste un niño con un corazón”, dice la canción. Hazme el favor.
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Usted disculpe.
Y esto no para
Mañana, a partir de las seis en nuestra mitad infantil, viene Habichuela a contar: Raíces es una narración para público familiar, recomendada para niños a partir de tres años. La semana que viene: Javier Ignacio Alarcón y El blues de Ogawa(martes 14), Pilar Adón con su premiadísimo De bestias y aves (Jueves 16), Bartolomé Seguí con su cómic Boomers (viernes 17) y el sábado 18, vete anotando, un taller para niños con la ilustradora María Ramos.
Todos los detalles aquí.
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Novedades adultos.
Novedades infantil y juvenil.
Encuentros grabados
Por si te lo perdiste, por si tienes un rato, aquí van enlazados los encuentros de la última semana. Todos en Youtube.
Fran G. Matute y Luis Gallego | María José Navia | María Negroni | Luis Boullosa
Tus libreros te envían un abrazo grande.
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