Hola ,

mi hermano y yo éramos pequeños. Yo tendría diez años y mi hermano cinco. A nuestras manos, de casualidad, llegó un detector de metales. 

En realidad era de mi abuelo, no era nuestro.

Cuando mi hermano y yo vimos aparecer semejante artilugio los ojos nos brillaron como si tuviéramos tres lunas dentro.

También nos gustaba coger cajas usadas o que nos encontrábamos para dibujarlas y crear cohetes, motos, coches, cabañas, cualquier cosa.

Pero ese aparato era un disparate, amor a primera vista. Era una especie de muleta que pitaba. Todo lo que tuviera un sonido a nosotros nos encantaba. Lo mirábamos y lo rodeábamos. No sabíamos que se podía hacer con eso, solo que era algo nuevo y raro. Preguntamos a mi padre:

—Papá, ¿este aparato para qué sirve?

—Es un detector de metales—nos quedamos igual. Como si nos dices que es un pedo de monja. Queríamos contenido y mi padre nos estaba dando muy poco. Esto debió notarlo en nuestras caras de decepción y siguió hablándonos.

—Por ejemplo, si hay una moneda enterrada, el detector pita y te avisa de que está ahí. 

—¿QUÉ? ¡Pero entonces podemos encontrar dinero para alquilar películas!—Grité entusiasmada. Alquilar una película era nuestra obsesión semanal.

—¿Podemos usarlo? ¿Podemos buscar millones? ¿Podemos hacerlo ahora papá? ¿Podemos?—Mi hermano se extasió, se había metido un gramo de motivación. En ese momento, la cafeína no existía, la cafeína era mi hermano.

Mi padre nos encendió el artilugio que nos sacaría de pobres y nos lo cedió. Lo cogimos entre los dos, cada uno por un extremo, y salimos corriendo a la tierra.

Nos repasamos cada metro disponible y pasamos horas ensimismados buscando dinero. Mi padre nos dio una voz desde lejos:

—¡Nos vamos a casa!

Solo habíamos encontrado un destornillador, una chapa, un tornillo y algo que no sabíamos que era, pero que era de metal y estaba oxidado, como todo lo demás.

Nos montamos en el coche como si nos hubieran dicho que nunca más podríamos alquilar una película, y que tampoco volveríamos a comer. Mi padre lo notó.

—Los tesoros no se pueden encontrar en un día. Hay que seguir. Volveremos y yo también buscaré con vosotros el fin de semana que viene.

Aceptamos su propuesta, si éramos tres quizá tendríamos más suerte. Además, el detector pesaba y una ayuda no nos iba a venir mal. Quizá mi padre tenía razón: los tesoros no se encuentran en un día. 

El fin de semana siguiente volvimos. Desayunamos y cogimos el detector de metal, volvíamos con la motivación del primer día. 

—Paco, a lo mejor hoy si encontramos un tesoro.—Le dije a mi hermano.

—Y alquilamos Men in Black y Spy Kids.—Dos películas que ya habíamos alquilado más de cuatro veces, pero que nos encantaba repetir.

Nos pusimos manos a la obra, esta vez con mi padre. Mi padre de vez en cuando decía:

—¿Qué os parece si vamos por aquí? Esta zona a lo mejor tiene algo.

Nos íbamos moviendo de un sitio a otro, a veces pitaba y nos agachábamos a escarbar la tierra, pero no encontrábamos nada. Hasta el último pitido. De repente, el detector de metales se puso a pitar como la alarma de un Iphone. Estruendoso. No callaba. Cada vez pitaba más. el pitido pasó a un segundo plano porque el ruido de los latidos de los corazones de mi hermano y mío sonaban más fuerte.

—¡Aquí hay algo! ¡Dame la pala, papá!—Y nos pusimos a escarbar juntos.

Tocamos algo duro, y mi hermano y yo nos miramos, cómplices del trabajo hecho. Soplamos la tierra, y lo sacamos. No podíamos hablar. La emoción era tan fuerte que no podíamos celebrarla aún. 

Un cofre brillante y dorado con piedras moradas que destellaban por el sol. Era increíble. Nos pusimos de rodillas, apoyamos el cofre del tesoro y lo abrimos juntos. Había tantas monedas que no podíamos contarlas en un momento. 

—Ciérralo, vamos a casa y nos lo repartimos.

Llegamos a casa y cuando mi padre abrió la puerta, entramos a grito pelado:

—¡Mamá! ¡Lo hemos encontrado! ¡Hemos encontrado un tesoro con dinero para alquilar películas! ¡O para comprarnos un barco! 

—No me digáis, ¡qué fuerte!

En realidad, eran diez euros en monedas de céntimos, por eso había tantas monedas. Para un barco no nos dio, pero para algunas películas sí. 

¿Y qué aprendí con esto?

Los tesoros no se encuentran en un día. Los tesoros no son azar, son trabajo. Que no consigas algo ahora no significa que no lo vayas a conseguir mañana, o el mes que viene, o dentro de un año. Que no lo veas, no significa que no exista. Si tú lo quieres, ve. Inténtalo para ti.

Normalmente, las personas que mejor nos quieren, sin que lo sepamos, nos ayudan a dar uno u otro paso. Por eso te tienes que rodear de las mejores personas, las que de verdad van a potenciarte, las que te harían reír en la mierda, o las que se arrodillarían contigo a escarbar si eso es lo que necesitas.

A veces queremos a personas que, en lugar de potenciarnos nos desgastan. No hablo de malas personas, hablo de buenas personas que ahora no encajan contigo. Es muy doloroso y una putada, pero es que te está desgastando y rompiendo. ¿Cómo vas a arreglarte si sigues eligiendo estar mal, ?

Muchas veces, curarte, significa tomar decisiones dolorosas con las que no te sientes bien. No te sientes bien porque te aterran, porque salir de la zona de confort escuece. Se siente como si te tiraran un puñado de arena seca en los ojos. Esto no significa que siempre vayas a estar mal, solo acepta lo que sientes y cómo te sientes. Quizá no es el momento de tomar acción. 

Tú ten en mente que los tesoros no se encuentran en un día.


, este botón lleva a una web donde puedes conseguir el manuscrito de las historias, el libro de colorear en PDF (esto es nuevo), y puedes descargar 30 ilustraciones gratis, aunque si aportas algo me ayudarás a hacer que las historias sigan siendo gratuitas cada lunes para todo el mundo.


Chao pescao'.

PD: gracias por estar en esta lista secreta. 



Darme de baja