Y ya en la presentación se coló el tema de esta semana: el uso del gas natural, presentado a través de las relaciones públicas (y algunos expertos, hay que reconocerlo) como el “combustible de transición”. Se trataría de una manera de mantener viva la maquinaria productiva universal mientras están listas las renovables necesarias para detener, o aminorar en fin, el cambio climático y sus efectos. El último reducto de los combustibles fósiles.
Hay informes que dicen que el gas natural es el combustible fósil con menor impacto medioambiental de todos los utilizados, tanto en la etapa de extracción, elaboración y transporte, como en la fase de utilización, entre un 20 y un 50%.
El problema es que el también denominado gas fósil sigue contribuyendo a la crisis climática. Además, para que América Latina haga uso de ese gas transicional debe invertir en nuevos yacimientos tanto dentro de sus territorios terrestres como en sus plataformas continentales (con daños ambientales que ya generan resistencia social, como en Mar del Plata, en la costa atlántica bonaerense). Y en un contexto donde la cantidad de dinero necesario para las inversiones en las grandes infraestructuras imprescindibles hace que la opción sea gasoductos o energías renovables, no gasoductos y energías renovables.
El sesgo fósil es tal que se soslayan estudios que marcan que tendría beneficios económicos dejar de lado totalmente las antiguas energías, tal como les cuento en este artículo donde explicamos el problema con el gas fósil.
Como de modo involuntariamente cínico se dice en los pasillos del poder argentino, “hay que usar Vaca Muerta, sacar sus recursos ahora, antes de que esté totalmente prohibido”. Mientras tanto, la crisis climática sólo aumenta.
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