el lunes pasado tenía que haberte escrito y no lo hice. Se me lió el día. Estoy desconcentrada porque la primavera en Triana es maravillosa.
Es tan maravillosa que soy muy pesada diciendo lo maravillosa que es. Además, desde que llegué de Lanzarote, llegué más light. Había cosas que me daban vueltas por la cabeza que abandoné cuando me monté en el avión para ir, allí las acepté y las solté, y luego seguí. Y al volver, aunque todo era igual, ya era diferente.
Así que te fallé. No te escribí, pero te escribo hoy.
Cuando mis amigas y yo terminamos los días en Lanzarote nos fuimos para el aeropuerto. Devolvimos el coche de alquiler y nos quedaban dos horas para subir al avión.
Lo pongo en mayúsculas porque a nosotras en dos horas nos puede pasar cualquier cosa.
—Tías, faltan dos horas. ¿Qué hacemos?—.
—Pues mira, como yo os debo dinero, voy a pedir cervezas para las tres—. Nadie se negó, lo de invertir el dinero en cerveza nos parecía buen plan.
Una de mis amigas apareció con tres cervezas más grande que mi cabeza. Traía tres camiones cisternas llenos de cerveza. Los vasos eran macetas para sembrar pinares enteros.
Empezamos a beber jugando a un juego de cartas, parecíamos tres marineros en el muelle antes de partir a la mar con la fuerza suficiente que hay que tener como para dejar a un amor en tierra firme.
Se nos olvidó el juego de cartas, empezamos a hacerlo mal porque una risa maligna empezó a apoderarse de nuestros cuerpos. De repente el aire no nos llegaba al cerebro. Empezábamos a recordar cosas del viaje, y de ahí a cosas de nuestra vida.
Nos encanta recordar todas esas veces en las que hemos hecho el ridículo, en la que nos han partido el corazón un poco, en la que nos hemos equivocado, en la que no supimos qué hacer. Y nos reímos, sin parar, como si eso curara de pronto.
—Tías, ¿estamos borrachas?—.
Sí, estábamos muy borrachas para poder ser adultas responsables y funcionales y nos daba igual. Seguíamos recordando la cara que se nos quedó cuando nos dijeron alguna cosa que no nos gustaba, cuando una dijo nunca haré esto y lo hizo, cuando otra dijo no quiero pasarlo mal y aún así fue una kamikaze sin casco, ni rodilleras.
No nos llegaba el suficiente oxígeno al cerebro y yo pensé que, literalmente, iba a morirme allí. La risa era tan pura que aplaudir como si fuéramos focas no era suficiente, y nos levantábamos de la silla como si estuviéramos viendo un espectáculo de circo donde escupen fuego y todo es alucinante.
No nos levantábamos del todo, solo a medias, como si así pudiéramos ser más disimuladas. Sobrecargando los cuádriceps sin darnos cuenta, en medio del estallido de otra risa, a una de mis amigas se le escapó un pedo. El pedo risueño quiso salir de su culo y sobrevolar dentro del aeropuerto, ser un avión invisible, un misil no-dirigido, quería ser libre, no estaba hecho para vivir en un culo.
En medio de esa risa, otra. Las carcajadas se concatenaban, eran como engranajes que se iban enganchando unos con otros.
ÚLTIMA LLAMADA PARA EL VUELO A SEVILLA.
—¿Qué? ¿Cómo que última llamada? ¿Qué hora es?—.
Las dos horas se habían pasado en unas cervezas más grandes que una rayada mental y tres carcajadas sin fin. Recogimos todo lo que teníamos por medio, se nos derramaron los restos de cerveza, nos estampamos con los señores de la mesa de al lado y tras un excuse me, sorry, pardon, pardon empezamos a correr con menos fuerza que un papel de fumar.
La risa se apoderó de mis rodillas, de mis tobillos, de mis pies. No podía correr, íbamos a perder ese avión —sinceramente, no me importaba—.
Llegamos a la puerta de embarque como si necesitáramos saltarnos el cordón de seguridad en una de esas películas de Hollywood con un tengo que subir a ese avión en la boca.
Cogieron nuestros billetes y se notaba cada ápice de odio que nos tenían por retrasar el avión. ¿Seríamos nosotras las ministras de la irresponsabilidad?
Cuando nos subimos al avión, todo el mundo estaba sentado en sus asientos.
Todo el mundo menos el pedo risueño que quiso quedarse en Lanzarote para siempre.
Aprendí que aferrarse a algo que te hiere es un completo acto de odio a ti misma. Me da la sensación de que, a veces, entramos en un bucle mental como si lo que nos hace daño no se nos fuera a pasar. Si sales de ahí, se te acabará pasando. El problema es cuando te quedas viéndolas venir, sin hacer nada por ti. Nos acomodamos en la certidumbre, aunque sepamos que nos hace mal.
Aprendí que te encontrarás con personas que no están en el mismo punto que tú, y que no tienes que esperar para siempre. Lo mejor es seguir. Cuando sueltas vuelas mejor.
En Lanzarote conocí a alguien que me rompió la cabeza, y eso también da miedo. Eso se siente como si estuvieras jugando con unas cartas, y de repente, alguien te quita toda la mano y te pone unas nuevas y no sabes qué está pasando o qué hay que hacer ahora. Pensabas que todo era de una manera, pero hay otras maneras. Siempre hay otras maneras.
Vamos muchas veces con el miedo a decepcionar, a que nos decepcionen, miedo a perder, a perdernos, miedo a no ser suficientes, a que algo no sea suficiente, miedo a no estar bien, a que no todo esté bien, miedo a sufrir.
En la vida vamos a decepcionarnos, nos van a decepcionar y vamos a decepcionar, . Vamos a perder, y vamos a perdernos, pero también nos encontraremos. Descubriremos que algo no es suficiente y que tendremos que tomar decisiones. Vamos a no estar bien muchas veces, y vamos a estar muy bien otras. Y, por supuesto, vamos a sufrir. Aunque también vamos a enamorarnos, vamos a saltar bailando, vamos a reírnos, vamos a abrazar mucho, y a darnos muchos besos, vamos a emborracharnos, y vamos a montarnos en aviones y a conocer sitios nuevos. Cambiar cualquiera de estas variables alteraría la manera en la que se desarrolla tu vida, deja que pase lo que tenga que pasar. Aunque te acojone que flipas.
PD: me alegra de que estés aquí.
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